“He conseguido domesticar el zumbido que me volvía loca”
Pertenezco a ese 8% de la población mundial que padece acúfenos, ese ruido interior que no cesa y te puede volver loca. Hasta que consigues que tu cerebro se olvide de él. Un relato en primera persona de vivir sin apreciar el silencio.
Lo recuerdo perfectamente, empezó un mes de diciembre, poco antes de Navidad. Tenía un trancazo de órdago, sobre todo congestión nasal, pero ni fiebre ni dolor de oídos, de hecho no he tenido una otitis en mi vida. Era un catarro habitual, así que no le di ninguna importancia. Hasta que empezó mi pesadilla. Me levanté de la cama con la sirena de una ambulancia retumbando en mi oído izquierdo. ¡Uf!, qué incordio. Se me pasará enseguida, pensé. Ingenua de mí. Todas habréis padecido alguna vez un pitido fuerte en los oídos durante unos segundos. “Estarán hablando de mí”, se decía antes. Aquello era igual, pero más largo.
Me preparé el desayuno, me arreglé y cogí el coche para ir al trabajo. La ambulancia me perseguía por las calles. Empecé a ponerme nerviosa. ¿Y si esto son los famosos acúfenos? (también llamados tinnitus). El otorrino me lo confirmó dos días después. Ambos confiábamos en que sería algo pasajero. Pero el tinnitus llegó y decidió quedarse a vivir conmigo.
“Ventilas mal”, me explicó el especialista. “Tienes el tabique nasal desviado y mucha mucosidad, ten en cuenta que boca, nariz y oídos están comunicados”. Me dio esperanzas.Todas las noches utilizaba la ducha nasal como si se me fuera la vida en ello y me administraba gotas descongestionantes en la nariz dos veces al día. También tomé la medicación antialérgica que me recetó y unas pastillas para dormir con melatonina y gingko biloba.
Pasó el tiempo, el catarro se fue, pero mis acúfenos no. Empezaron también en el oído derecho, aunque menos intensos, y la sirena se transformó en un zumbido, como cuando el viento entra por la ventanilla del coche. Otras personas los perciben como pitidos. Todas las variantes están grabadas en audios colgados en internet e identifiqué claramente la mía.
Los acúfenos se convirtieron en una obsesión para mí. No paraba de hablar de ellos. A quien me saludaba con un simple ¿qué tal? le soltaba el rollo. Encontré a varias personas a mi alrededor que también los padecían, y me aseguraban que se habían olvidado de ellos. Menos cuando yo se lo recordaba, claro, entonces volvían a su cabeza. A mí no aquello no me consolaba, yo quería que desaparecieran. Me pasaba horas consultando información en internet y leyendo testimonios de otros ‘acusufridores’ para ver si alguno tenía la varita mágica.
No podía conciliar el sueño. Me compré un aparato de ruido blanco, una especie de despertador electrónico, que conectaba cada noche. Unas veces ponía el sonido de las olas del mar, otras el de la lluvia o del traqueteo del tren. Me ayudaba a dormir, pero no me ofrecía el silencio que anhelaba.
Además, se me hizo más presente la pérdida de audición que ya venía sospechando que padecía. El otorrino me dijo que ahí podía estar el origen de mi tinnitus. El cerebro responde con acúfenos a la pérdida auditiva. Me recomendó acudir a un centro auditivo para que me hicieran pruebas. Allí me recomendaron ponerme audífonos para resolver ambos problemas. Los había evitado (todavía resultan socialmente poco comprendidos, a diferencia de las gafas), pero ya no tenía escapatoria.
Los primeros días la amplificación del sonido me resultaba atronadora, pero mis acúfenos quedaron sepultados con los nuevos sonidos que de repente volvía a escuchar. Me informaron también de la terapia que existe para camuflar los acúfenos mediante ruido blanco. No me hizo falta. Después de un año con ellos (nadie nota que los llevo, son superdiscretos) puedo decir que me siento mucho más cómoda (antes me ponía nerviosa al no ‘entender’ bien las conversaciones, la tele o cuando me hablaban desde atrás) y ya no podría vivir sin ellos.
¿Se han ido los acúfenos? No. Pero he logrado el único objetivo a nuestro alcance: domesticarlos. Por la noche, cuando me quito los aparatos, el maldito soplido vuelve para saludar. Si tengo mucho estrés, lo percibo más fuerte. Pero inmediatamente mi mente lo echa para atrás, al trastero del cerebro, y me duermo sin que los acúfenos me atormenten cual pesadilla.
Los acúfenos pueden resultar incapacitantes porque se duerme mal, cuesta concentrarse y oír con nitidez, y eso produce ansiedad. Para concienciar sobre el problema y prevenirlo (escuchar música a muchos decibelios los provoca) se ha establecido un Día Internacional, que es hoy, 25 de abril. Muchos músicos y personajes conocidos padecen tinnitus, como la periodista Carme Chaparro, que participa en una campaña de los centros auditivos Aural Widex. Ella sigue la terapia Zen, basada en la repetición de tonos de efecto tranquilizador a través de los audífonos, lo que reduce las molestias.
Aunque el origen de los acúfenos es diverso, se calcula que el 80% de las personas que los padecemos sufrimos algún grado de pérdida auditiva. Otras causas son el haber estado expuesto a ruidos fuertes, infecciones en el oído o incluso a situaciones de estrés.
Fuente:https://www.elmundo.es/yodona/lifestyle/2021/04/24/6082a10bfdddffaf2a8b464d.html
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